En un contexto exigente y cambiante, la innovación en Educación adquiere especial importancia. La oportunidad que conlleva aplicar metodologías ágiles para lograr adaptabilidad a los cambios no es ajena a ningún actor del sistema educativo y es necesario comprender desde el inicio la estrategia y los objetivos de dicha innovación.
Las llamadas metodologías ágiles son un conjunto de métodos que se utilizan en el desarrollo y la gestión de proyectos y
que su principal aporte es la adaptación, la incrementalidad de sus avances y la flexibilidad propuesta en base a la
retroalimentación de las partes. Son muchas las metodologías que se pueden emplear bajo el concepto paraguas de
“metodologías ágiles” entre las que se destacan SCRUM, Kanban, Lean StartUp o Design Thinking.
Si exploramos en sus orígenes hace más de 20 años, las metodologías ágiles se asocian principalmente a proyectos de base
tecnológica, ya que su origen estuvo ligado a la búsqueda de modelos de mejora de desarrollo software. Inicialmente
surgen como una forma de trabajo que permitía acortar los tiempos de desarrollo, eliminar la incertidumbre, mejorar la
eficiencia en la producción y la calidad de los productos finales, para tener capacidad de respuesta al cambio y brindar
la mayor satisfacción posible al cliente a través de la entrega temprana y la retroalimentación continua durante la
construcción del producto. Esto significa que las metodologías ágiles proporcionan opciones de evaluación del proyecto a
lo largo del ciclo de vida, mediante procesos de iteraciones continuas y periódicas (sprints) y esto conlleva a que
pueda construirse el producto y/o proyecto adecuado.
Esta nueva propuesta metodològica surge en un momento en donde se requería repensar alternativas a la gestión de
proyectos tradicionales (secuenciales, lineales y estructurados), debido a que los equipos estaban trabajando cada vez
más en entornos cambiantes, dinámicos y aleatorios.
Fue así como en el 2001 se escribió el llamado “Manifiesto Agile” escrito por un grupo de 17 personas –la mayoría
profesionales de desarrollo de software– para proponer alternativas a las metodologías formales a las que consideraban
rígidas y pesadas. Estas personas veían la necesidad de acabar con esa fuerte y rígida planificación previa al
desarrollo y se proponían destacar cuatro valores claves que se explican a continuación:
1. La valoración de los individuos más que de los procesos y las herramientas: el talento y know-how que requieren
algunas tareas, sólo lo pueden aportar determinadas personas con una actitud adecuada.
2. El producto funciona por encima de la documentación exhaustiva: la documentación es válida para constatar y
transferir conocimiento además de prestar ayuda útil en muchas cuestiones legales, pero su relevancia debe ser mucho
menor que el producto y/o proyecto final.
3. La colaboración con el cliente antes que la negociación contractual: resulta más adecuada una relación de implicación
y colaboración continua con el cliente, que una relación contractual de delimitación de responsabilidades.
4. La respuesta al cambio por encima del seguimiento rígido de un plan: la anticipación, la flexibilidad y la adaptación
son valores fundamentales de los Métodos Ágiles.
Como se puede contrastar, las metodologías tradicionales trabajan en forma de cascada (secuencial y lineal), con una
planificación a largo plazo, rígida y de manera global, provocando inactividades y cuellos de botella entre los
diferentes grupos que terminan trabajando en “silos”. Por otro lado, en los métodos ágiles se van cumpliendo pequeños
objetivos en periodos cortos de tiempo, lo cual permite retroalimentaciones parciales antes de la finalización total del
proyecto poniendo en el centro la valoración de los vínculos humanos y sus interacciones para colaborar.
La aplicación en la práctica y el aporte de las tecnologías digitales
Resulta importante conocer que, si bien estos términos pueden ser nuevos para el sector educativo, el manejo de estas
metodologías en otros sectores llevan décadas y se han incrementado a partir de la pandemia que atravesamos. Según un
estudio de 2017 del Project Management Institute (PMI), el 71% de las organizaciones a nivel mundial ya usaba
metodologías ágiles. Además, más del 75% de las organizaciones coincidían en que las metodologías ágiles eran cruciales
para el éxito de la transformación digital en su organización (CA Tecnologies, 2019). En este sentido, un informe
realizado por la Business Agility Corporation (BAC) de 2018, resaltaba que casi un 70% de las organizaciones
encuestadas, utilizaban metodologías ágiles de forma regular.
En la actualidad los entornos estables están dando paso al denominado mundo VUCA, que se caracteriza por la presencia de
cuatro factores: Volatilidad, Incertidumbre (Uncertainty, en inglés), Complejidad y Ambigüedad. Estos entornos VUCA
plantean el reto de que todos los involucrados se transformen en aprendices ágiles (agility learners), entendiendo por
metodologías ágiles aquellas que permiten adaptar la forma de trabajo a las condiciones y objetivos del proyecto,
consiguiendo flexibilidad e inmediatez en la respuesta para amoldar el proyecto y su desarrollo a las circunstancias
específicas del entorno. Esto quedó evidenciado a causa de la crisis global del COVID-19, donde la “aceleración por la
transformación digital” no tuvo más excusa y esta forma de trabajo y aprendizaje se llevó a diferentes ámbitos y
sectores, más allá de las áreas de tecnología y el sector privado.
Si bien la implementación de metodologías ágiles está asociado a un cambio en el “modo de sentir, pensar y hacer”, no es
menos importante destacar que como apoyo fundamental a estas metodologías se encuentran las tecnologías digitales. A
través de ciertas plataformas tecnológicas se favorece la consecución de la inmediatez y flexibilidad requeridas, que
permiten disponer de los distintos recursos de desarrollo y una comunicación rápida, flexible y eficaz con entre los
involucrados.
Las metodologías ágiles en la educación
La adaptación de los cuatro valores ágiles al ámbito educativo en general no supone mayor complejidad, ya que entendemos
que el sistema educativo también se basa en la primacía de las personas, los vínculos interactivos, la colaboración y la
necesidad de adaptación para el aprendizaje en un paradigma cada vez más cambiante. Si se analiza en detalle, las
metodologías ágiles se basan en un aprendizaje práctico y experiencial, donde los estudiantes aprenden haciendo.
Entonces, cabe preguntarnos, ¿por qué y para qué es útil implementar las metodologías ágiles en el aula? Porque están
basadas en el trabajo en equipo, permite resolver problemas y construir proyectos, apuesta por la adaptación y la mejora
y promueve la creatividad. Algunos de los beneficios de su implantación en el aula giran en torno a lograr mayor
autoorganización, empatía, comunicación, eficacia, responsabilidad, motivación y creatividad.
Todos estos beneficios se basan en la reflexión colaborativa como elemento de mejora, buscando la implicación de todos
los estudiantes, pero ajustándose a sus ritmos de aprendizaje individuales. Partiendo de necesidades reales, se buscará
la solución óptima y que mejor se adapte en cada momento a la cuestión trabajada. Para ello, los estudiantes tendrán que
conocer el problema en profundidad, informarse, usar de forma creativa la tecnología, tomar decisiones, autogestionar
sus recursos, comunicarse o negociar, entre otras muchas habilidades que deberá poner en práctica.
El docente en este caso pasa a asumir el rol de facilitador de aprendizaje, empoderando al estudiante y haciéndole más
consciente de su propio proceso de aprendizaje, que realiza de manera supervisada pero autónoma. A través de este tipo
de metodologías, muy ligadas al Aprendizaje por Proyectos (ABP) o Aprendizaje Servicio (ApS), los estudiantes van
descubriendo los temarios de diferentes materias de forma simultánea y relacionándolos con la realidad que le rodea.
Se pueden resumir las características más importantes del uso de metodologías ágiles en el aula de la siguiente manera:
– El rol del estudiante cambia, pasando a tener un papel más activo, debiendo de involucrarse en las distintas fases del
aprendizaje y no solo en los resultados de la evaluación, porque debe estar atento a los cambios incrementales y permanentes que suceden.
– Este proceso, permite la priorización de tareas según necesidades de los estudiantes, que irá dando una
retroalimentación a los resultados que se entreguen de forma progresiva, así como la autogestión del proyecto, lo que
supone una gestión colaborativa del mismo.
– Permiten alcanzar una serie de competencias, generalmente transversales, como la comunicación y la gestión del tiempo,
entre otras, que sería difícil conseguir sin estas nuevas formas de trabajo.
– Se realizan evaluaciones sobre el proceso (retrospectivas) para entender si funcionó para ellos o no, permitiendo
generar ajustes. Esto los pone nuevamente en un rol central de nuevas propuestas y, además, en una lógica de mejora
continua.
– Tienen grandes potencialidades si se conjuga con el Aprendizaje Basado en Proyectos (ABP). Entendiendo a las
metodologás ágiles como una colección de procesos para la gestión de proyectos, que permite centrarse en la entrega de
valor y la potenciación del equipo para lograr su máxima eficiencia, dentro de un esquema de mejora continua. Esto es
una de las herramientas que se puede aplicar en muchas asignaturas de diferentes grados para fomentar dos competencias
muy valoradas actualmente por los formadores: el trabajo en equipo y las competencias digitales.
Como se evidencia, la puesta en práctica de metodologías ágiles tiene una serie de ventajas frente a las metodologías
tradicionales, ya que además de posibilitar la gestión rápida y flexible de los cambios, En resumen, el desafío de un
rol docente cada vez más innovador está inmerso en un paradigma educativo exigente y cambiante, que exige a los
profesionales de la educación estar al tanto de los continuos cambios tanto en el entorno como en los perfiles de los
estudiantes. La innovación educativa, por lo tanto, es una condición necesaria para empezar a generar una serie de
transformaciones no sólo de formato sino también de forma metodológica para adaptar la docencia y generar itinerarios de
aprendizaje eficaces, amenos, flexibles y participativos.